Soy el mayor de 3
hijos. Cada domingo, mis papás nos llevaban a la Iglesia
Católica Apostólica Romana. Recuerdo que siempre disfruté ir a
la Iglesia y escuchar el Evangelio. A la edad de 15 años, una
amiga me invitó a asistir a un retiro de fin de semana,
llamado: “Encuentro de Adolescentes”.
Aunque mi madre podrá decir que yo siempre he sido una
persona espiritual, en realidad, fue gracias a esos años de
formación con Encuentro de Adolescentes, que, honestamente,
puedo decir que mi fe “maduró”. En la Universidad, entré
a un curso de Licenciatura en Ciencias. Quedé, verdaderamente,
sorprendido al ver que no hay lugar para Dios dentro de la
comunidad científica. Además, me horroricé al darme cuenta de
la cantidad de personas (profesores y estudiantes) que no
creían en Dios.
En 1987, pasé al tercer año. En octubre de ese año,
noté que una protuberancia en el cuello, la cual había
detectado hacía unos meses, estaba creciendo. Fui a que me
hicieran una revisión y el doctor me dijo que estaba en la
segunda etapa de un Linfoma de Hodgkins (¡Cáncer!). Pasé una
etapa de 12 series de quimioterapia que duraron 6 meses.
Después de eso, me sometí a 8 semanas de terapia de
radiaciones. Los doctores estaban tan impresionados de la
manera en la que yo respondía a los tratamientos, que todos me
dijeron que la enfermedad no iba a
repetirse.
En septiembre de 1988 quería un nuevo comienzo. Me
dirigí a una nueva universidad, en otra provincia, para
continuar mis estudios. Pero para octubre, el cáncer volvió a
aparecer, y tanto los doctores como yo, estábamos
completamente asombrados. Mi oncólogo me habló de un nuevo
procedimiento llamado “transplante antólogo de médula ósea”.
Al principio, no sabía lo que significaba, pero sabía que no
sonaba muy agradable. Sin embargo, el doctor también me dijo
que mi cáncer era muy agresivo y que ésta era mi única
oportunidad. Así que accedí a
sobrellevarlo.
Recibí el transplante en noviembre de 1989. Durante la
convalecencia de dos meses, sucedieron dos cosas: Primero,
sufrí una fiebre de 42°, casi mortal. Hubo un momento en que
perdí el conocimiento… Durante ese espantoso tiempo, no vi a
Jesús, ni tuve ningún tipo de visión. Sin embargo, cuando me
desperté, muchas cosas en mi vida se me aclararon más que
nunca antes. Hasta este día, no estoy seguro de lo que
ocurrió. Después de haber dicho esto, sé que no he vuelto a
ser el mismo hombre desde
entonces.
La segunda cosa que ocurrió fue mucho más alegre. Yo
siempre he creído en los milagros de Navidad. Desde el libro:
“Un Villancico de Navidad” que leí cuando estaba en el 9º
grado, hasta el milagro del Nacimiento de nuestro Señor, por
medio de la Virgen, siempre he sabido en mi corazón que los
milagros de Navidad fueron especiales. Ése 22 de diciembre,
los resultados de mis análisis de sangre no me permitieron
salir de mi aislamiento.
De hecho, el “número mágico” para que yo me fuera a mi
casa era que el conteo de mis glóbulos fuera de 1000 y yo sólo
tenía 400. Mi familia se estaba preparando para pasar la
Navidad conmigo en el hospital. La mañana siguiente, el 23 de
septiembre a las 6.00 AM, me hicieron una extracción de
sangre, como todos los días, y a las 8.00 AM, me dijeron que
el conteo de glóbulos era de 1400. Estábamos abrumados de
alegría.
No pude asistir a la Misa de Medianoche, ese año, pero
por lo menos estuve en mi casa para celebrar la Navidad con mi
familia. ¿No es asombroso que con motivo de Su Nacimiento,
Jesús me haya dado este regalo? El cáncer que tenía, me volvió
a brotar 3 veces desde el transplante: en agosto de 1990, en
mayo de 1991, y nuevamente, en agosto de 2004. De hecho, en
1990, me dieron un año de vida.
A lo largo de mi experiencia con el cáncer, siempre
tuve fe en Jesús. De hecho, poco antes de mi transplante, pasé
algún tiempo, sólo, orando a Dios y prometiéndole convertirme
en Su discípulo por el resto de mis días, si Él me ayudaba a
superar esto. Hoy, cuando la gente me pregunta a qué le
atribuyo mi recuperación, no pierdo la oportunidad de
decirles. Atribuyo cada paso de mi recuperación a Jesucristo.
¡Alabado sea por darme vida! ¡Alabado sea por permitirme vivir
con cáncer y aprender lo que he aprendido! Él no me mandó el
cáncer, pero, definitivamente, estuvo a mi lado todo el tiempo
mientras sufría a causa de él.
Desde la reincidencia del cáncer, en 1991 hasta la de
2004, mi vida dio varios giros diferentes…. Matrimonio,
divorcio, una nueva carrera, etc. De hecho, después de mi
divorcio, atravesé por un tiempo de rebeldía y pecado. Me
convertí en lo que no quería ser. Mis pecados eran muchos y me
alejé de Jesús, después de todo lo que Él había hecho por mí.
Pero en agosto de 2002, el Señor puso un ángel en mi camino
con el nombre de Teresa. Nos casamos en 2003. Ella despertó en
mí un fuerte deseo de convertirme en una mejor persona.
Últimamente, he experimentado un “hambre” de Jesús, algo que
nunca antes había sentido. Fue a través de esta “hambre” que
conocí los Mensajes de la Verdadera Vida en
Dios.
La semilla fue plantada en 1991, a través de una
conversación con un conocido. Yo me estaba recuperando de la
reincidencia de cáncer más reciente, y él me preguntó si yo
había escuchado hablar de Vassula Rydén. Cuando le dije que
no, él me habló un poco de ella y me dio un video de una
plática que ella dio en Suiza. Al principio, estaba un poco
escéptico, pero después de ver el video, supe que sus palabras
me habían cambiado espiritualmente. Algo dentro
de mí, me decía que siguiera escuchando.
Sin embargo, fue hasta mediados del año 2004, que
empecé a leer los Mensajes diariamente. Se han convertido en
una fuente de alimento espiritual para mí. Si no leyera los
Mensajes diariamente, sería como si no comiera. Hoy, mi esposa
y yo vamos a la Iglesia con frecuencia. En mi caso,
oro mucho más. A veces, encuentro que estoy rezando sin darme
cuenta. Mis verdaderos
deseos son ser santo y tener intimidad con Dios, como Jesús
nos lo pide.
Cuando era niño le pregunté a
alguien: “¿Si hay un sólo Dios, por qué necesitamos diferentes
Iglesias? Esta persona trató de contestar lo mejor que pudo,
pero este hecho despertó en mí, aún a esa temprana edad, una
firme creencia y deseo por la unidad dentro de la Iglesia de
Dios. Actualmente, en mis oraciones diarias, oro por la
unidad. Es por esto que también oro para que Dios me ayude a
amar y a ser humilde para poder
servirlo.
Comparto mi historia con ustedes, no para llamar la
atención sobre mi persona, sino para dar testimonio de
mi experiencia del gran Amor y Misericordia de Dios. También,
Le estoy muy agradecido por todo lo que tengo en mi
vida.
Sé que todavía tengo un largo camino que recorrer en mi
viaje espiritual, pero como Él nos dice tantas veces en los
Mensajes: “Yo, Dios, te amo”. Gracias a la Verdadera Vida en
Dios, recuerdo esto todos los días.
Que la Paz y el Amor de nuestro
Señor Jesucristo esté con todos
ustedes.
Deny Dallaire
Moncton, Nueva Brunswick,
Canadá