El siguiente testimonio es de una joven mujer de
Rumania.
“Agosto es cuando
Yo empecé a enseñarte …
es una especie de aniversario entre nosotros
…
Ven, celebra Conmigo”.
Jesús a Vassula, el 10 de agosto de
1987.
Fue en agosto de 2000, cuando un amigo mío
me prestó un libro de portada azul llamado la “Verdadera Vida en Dios”. Empecé
leyéndolo en el metro, camino a mi casa y no pude dejar de leerlo. Lo leí toda
la tarde y esa noche oré con un sentimiento nuevo, distinto. ¡El sentimiento de
que mi oración fue escuchada, que Jesús estaba ahí junto a mí. Fue como
descubrir a Jesús, nuevamente. ¡Así de maravillosa era la sensación de Su
Amorosa Presencia!
Fue hasta después, que me di cuenta de que
una semana antes de recibir el libro de la “Verdadera Vida en Dios”, había
conocido a una chica recién llegada de Medjugorje. Ella me dio una detallada
descripción de su peregrinación y lo que más me conmovió fue la manera en que me
habló de Nuestra Señora, con quien tenía una relación íntima amorosa. Yo estaba conmovida. Mi caminar con
Dios, a menudo, había sido obstaculizado por el temor. Anhelaba a Dios, pero a
veces tenía la sensación de estar muy lejos de Él. Después de hablar con esa
chica, oré para que yo también tuviera tal relación con Dios. Y la respuesta
llegó, muy rápidamente, con el libro de la “Verdadera Vida en
Dios”.
Yo había estado buscando a Dios, a mi
manera, durante muchos años. Jesús me embelesaba y yo estaba tratando de vivir
mi fe Ortodoxa, asistiendo a Misa los domingos, ayunando, confesándome y
recibiendo la Comunión. Sin embargo, todavía estaba temerosa de Dios, temerosa
de que Él pudiera castigarme por mis pecados y hacerme sufrir. Frecuentemente,
me angustiaba el recibir la Eucaristía, porque me veía tan indigna. Acababa de
celebrar mi cumpleaños número 18 y mi crisis de personalidad de la adolescencia
todavía no había terminado. Como muchos adolescentes, no me podía aceptar a mí
misma y tenía muchos problemas para aceptar a mi familia. Con frecuencia, tenía
la sensación de que nadie podía amarme. Como yo no podía amarme a mi misma,
pensaba que también Dios me rechazaba. Algunas veces me sentía terriblemente
sola e incomprendida.
Con este estado de ánimo, leí el libro de la
“Verdadera Vida en Dios”. La primera cosa que me llamó la atención fue el
diálogo íntimo y tierno entre Jesús y Vassula. ¿Podía ser posible hablar con
Dios de esta manera? ¿Todas esas palabras amorosas PARA MÍ? Rápidamente, mi
corazón se rindió. Escribí en mi diario lo siguiente:
“Ahora que he encontrado a mi Amigo, nunca
me volveré a odiar. Soy feliz. Es algo tan extraordinario que a veces dudo que
sea real. Camino a mi casa, sentí la necesidad de sonreír, de correr, de
brincar. Este Amor es imposible de medir”.
Los libros que había leído, las personas a
mi alrededor, decían, repetidamente que Dios es Amor. Pero ahora, yo había
EXPERIMENTADO Amor. Comprendí que había encontrado la llave de mi vida: la
Presencia de Dios junto a mí. Y el consuelo de no estar sola, sin importar lo
que suceda. El lenguaje de amor, que era despreciado por algunas personas, era
vigorizante para mi alma. Me dio la certeza de ser amada locamente, totalmente e
incondicionalmente.
Ciertamente, Dios todavía tenía mucho
trabajo que hacer conmigo. Las dudas volvieron; siempre que fallaba, me sentía
tentada a decir: “Yo no soy una elegida. Soy una pecadora. Esas palabras no son
para mí”. Pero yo ya había sido atrapada en la red del Amor. Poco a poco,
aprendí cómo hablarle a Él abiertamente, aprendí cómo amarlo y cómo confiar más
en Él. Empecé a acudir a la comunión con alegría y no con terror. Aprendí a
tener mi propio diálogo personal con Jesús.
Este fue el primer y más valioso tesoro que
encontré en este libro. Pero había algo más, el tesoro de la
Unidad.
Estaba viviendo mi fe Ortodoxa sin prestar
demasiada atención a los otros Cristianos. No tenía ningún mal sentimiento
contra ellos, pero tampoco me importaban. Cuando leí en la “Verdadera Vida en
Dios” que Jesús sufre a causa de nuestra división, decidí trabajar para la
unidad y Le pedí que me guiara. Quería tener una mente abierta y buscar las
cosas que nos unieran y no las que nos separaran. Primero, Dios me condujo a la
Semana de Oración para la Unidad Cristiana y luego, me hizo ponerme en contacto
con una comunidad carismática Católica.
De esta manera, descubrí la Iglesia
Católica, un hecho que significó mucho para mi crecimiento espiritual. Entre las
cosas más importantes que obtuve fue el valor de la Eucaristía y el Corazón de
Nuestro Señor. Entre más aprendía acerca de la Iglesia Católica, más notaba sus
puntos comunes con la Ortodoxia. Comprendí lo que Jesús quería decir cuando
dijo: “La Unidad es compartir sus riquezas”. Compartir nuestras riquezas es una
manera de crecer en la fe y en comprensión mutua. Leí libros Católicos, pero
¡que alegría sentí cuando un sacerdote Católico se inspiró para una de sus
homilías de los escritos de San Siluán, un libro que yo le presté! Creo que
pequeñas cosas como esas, hechas con amor, pueden ayudar
mucho.
Lejos de conducirme lejos de mi fe Ortodoxa,
esta búsqueda espiritual dentro de la Iglesia Católica me hizo amar la
Ortodoxia, aún más. Destacó algunos de sus tesoros y valores que yo no había
notado o a los cuales les había prestado menos atención. Tengo algunos amigos
Ortodoxos que viven la unidad de la misma manera. Mientras pasa el tiempo,
encuentro más y más personas que tienen las mismas ideas. No sentimos la
necesidad de hacer una elección entre las dos Iglesias. En cambio, oramos para
que llegue la verdadera unidad de corazón.
Acabo de regresar de mi primera
peregrinación a Medjugorje, tres años después de que empecé a leer la “Verdadera
Vida en Dios”. Quiero celebrar con el Señor y con nuestra Santa Madre y
dedicarles a Ellos este testimonio como un signo de agradecimiento. La
“Verdadera Vida en Dios” fue y continúa siendo, verdaderamente, un punto de
referencia en mi camino espiritual. ¡Gloria sea al Señor por la gran obra que él
está logrando con el Himno de Su Amor!
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