A continuación, se encuentra el discurso que el Papa
Juan Pablo II dio el 7 de octubre,
en la Basílica de la Virgen del Rosario, en Pompeya,
Italia.
La Santísima Virgen me ha permitido honrarla, de nuevo,
en esta famosa Capilla, inspirada al Bendito Bartolo Longo, por la Providencia,
para que fuera un centro de irradiación del Santo
Rosario.
La visita de hoy es, en cierto sentido, la Coronación del
Año del Rosario. Doy gracias al Señor por los frutos de este Año, los cuales han
resultado en un regreso significativo a esta oración, sencilla pero profunda,
que conmueve el corazón de la fe Cristiana y es extremadamente relevante, dados
los retos del Tercer Milenio y el compromiso urgente a la nueva
evangelización.
En Pompeya esta relevancia es resaltada, de una manera
particular, en el contexto de la antigua ciudad romana, enterrada bajo las
cenizas del volcán Vesubio en el año 79, después de Cristo. Estas ruinas hablan.
Plantean la pregunta decisiva sobre el destino del hombre. Son testimonio de una
gran cultura, de la cual revelan, junto con respuestas luminosas, preguntas
perturbadoras. La Ciudad Mariana nació en el corazón de estas preguntas,
presentando al Cristo Resucitado como la respuesta, como el Evangelio que
salva.
Hoy, como en los tiempos de la antigua Pompeya, es
necesario proclamar a Cristo a la sociedad que se está alejando de los valores
Cristianos, valores cuyo recuerdo ha sido perdido, también. Agradezco a las
autoridades italianas por haber contribuido a la organización de mi
peregrinación, que empezó en la ciudad antigua. De esta manera, he cruzado por
un puente que establece un diálogo fructífero para el crecimiento cultural y
espiritual. Con la antigua Pompeya, como fondo, la propuesta del Rosario
adquiere el valor histórico de un nuevo impulso para la proclamación Cristiana
en nuestro tiempo.
De hecho ¿qué es el Rosario? Un compendio del Evangelio.
Nos hace regresar a las escenas principales de la Vida de Cristo, como si nos
permitiera “respirar” su Misterio. El Rosario es una forma privilegiada de
contemplación. Por así decirlo, es el camino de María. ¿Por qué quien ama y
conoce mejor a Cristo que Ella?
El Bendito Bartolo Longo, apóstol del Rosario, estaba
convencido de esto: él prestó especial atención al carácter contemplativo y
Cristológico del Rosario. Gracias al Bendito, Pompeya se ha convertido en un
centro internacional de espiritualidad del Rosario.
Yo quería que mi peregrinación fuera una oración por la
paz. Hemos meditado sobre los Misterios de Luz, como si deseáramos proyectar la
Luz de Cristo en los conflictos, tensiones y dramas de los cinco continentes. En
la Carta Apostólica "Rosarium Virginis
Mariae", expliqué que el Rosario es una oración orientada, por su propia
naturaleza, a la paz. No sólo porque nos conduce a orarlo, apoyados con la
intercesión de María, sino también porque nos hace asimilar, junto con el
Misterio de Jesús, Su Plan por la paz.
Al mismo tiempo, con el ritmo sereno de la repetición del
Ave María, el Rosario inunda nuestro espíritu con paz y lo abre para obtener la
Gracia salvadora. El Bendito Bartolo Longo tuvo una intuición profética cuando
decidió agregar esta fachada, como un monumento de paz, a la Iglesia dedicada a
la Virgen del Rosario. Así, la causa de la paz es una parte integral del
Rosario. Fue una intuición de gran importancia, para el principio del Milenio,
azotado por vientos de guerra y regado con sangre en muchas regiones del
mundo.
La invitación a orar el Rosario, inspirada en Pompeya, y
el encuentro de personas de todas las culturas atraídas, tanto por la Capilla,
como por las ruinas arqueológicas, también evoca el compromiso de los
Cristianos, en cooperación con todos los hombres de buena voluntad, para ser
constructores y testigos de la paz.
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