Hace varios años, yo estaba muy alejada de Dios y de la
Iglesia. Era infeliz en mi matrimonio. Acostumbraba a pelear con casi toda la
gente que conocía. Tenía muchísimos hábitos y prácticas repugnantes y un bajo,
por no decir inexistente, sentido de la moralidad.
Una amiga cercana, a quien conozco desde mis días de
escuela, me prestó un libro sobre Medjugorje. Empecé a leerlo, con poco interés
al principio, pero cuando llegué al final, Nuestra Señora, Fiel a Su naturaleza,
me inspiró. Yo tenía sed de más, pero no podía precisar qué era lo que yo
quería.
Cuando le devolví el libro a mi amiga, le dije: “Judy,
este libro fue maravilloso. ¿Tienes algo más que yo pueda leer?” Ella me
contestó: “Sí” y me dio otro libro del mismo autor, Wayne Weible. Pero yo le
dije: “No, quiero algo que venga de Jesús Mismo”. (Hasta este momento, yo no
tenía idea de la existencia de los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios). Mi
amiga me dijo que tenía justo lo que yo andaba buscando y me dio los Volúmenes 1
y 2 de la Verdadera Vida en Dios.
En cuanto vi el Santo Rostro de Jesús en la cubierta del
libro, me sentí, inmediatamente, atraída. Hasta este día, no deja de asombrarme
esa sed que tenía por la Palabra de Dios, incluso antes de conocer estos
Mensajes, que ya habían sido escritos, a través de
Vassula.
¡Y así empezó una Nueva Vida en Dios para mí! ¡Las
Palabras Amorosas de Jesús a Vassula (y a través de Vassula, para mí y para
todos nosotros) derritieron mi corazón e inmediatamente, me hicieron llorar!
¡Corrí hacia Él! Mi alma sólo
quería ser sostenida por Él. No había resistencia, sólo Amor y
Misericordia de Su parte, y mi alma seca y hambrienta era sanada y nutrida por
mi Amoroso Salvador, Jesucristo.
El Bendito Jesús me enseñó cómo amarlo. Él incitó mi
corazón y sedujo mi alma. Me convenció de que Él verdaderamente me amaba, no de
una manera abstracta, sino íntimamente, cuando Él dio Su Vida en la Cruz. Él
sabía mi nombre cuando sufrió la agonía en el huerto de Gethsemaní. ¡Sus
lágrimas, Su Sangre y Su Grito de agonía eran por mí, por mis pecados y a pesar
de todos los sufrimientos que yo le he causado, aquí estaba Él, con Su
Sacratísimo Corazón en Su Mano, suplicándome Amor, a mí, la más pecadora y
miserable de las criaturas! ¿Cómo me podía rehusar?
Me identifiqué con Vassula. Cuando su corazón se
derretía, así también el mío. Cuando ella se regocijaba, eso hacía yo. Cuando
sentía tristeza por Jesús, yo también. Cuando ella describe Su Sonrisa, mi alma
podía ver Su Sonrisa también, y mi corazón se derretía, con tan sólo pensar en
Su Sonrisa.
Durante el día, mientras realizaba mis deberes
cotidianos, mi mente reflexionaba sobre las Amorosas Palabras de Jesús y, poco a
poco, me di cuenta de que mi alma estaba anhelándolo, y mi corazón se elevaba a
Él. ¡Oh, qué Precioso es el Amor de Nuestro Dios! ¡Qué Maravilloso y Precioso es
el Amor de Nuestro Creador y qué tesoro es poseerlo a Él en nuestros
corazones!
Jesús me hizo percatarme de que este Tesoro Invaluable
que es Él Mismo, Su Santísima Presencia está siempre conmigo y con todos
nosotros, mientras permanezcamos unidos a Él, amándolo y obedeciendo todos Sus
Mandamientos. Nunca olvidaré lo que Vassula le dijo a la audiencia durante su
visita a Sydney, en marzo de 1998, citando a Jesús: “¡Si Yo Me materializara
ante ustedes, ustedes sentirían Mi aliento en sus mejillas!”. ¡Oh, cuánto se
regocijó mi alma con este pensamiento! Qué reconfortante es saber que Él siempre
está con nosotros, aún en nuestros momentos más
oscuros.
Deseo que todos puedan leer y estén abiertos al “Himno de
Amor” de Nuestro Señor, Jesucristo. He leído los nueve Volúmenes y cuando me
siento perdida en los “terrores de la noche” (aridez espiritual), recibo la
inspiración de escoger un Volumen y así, recuerdo el Gran Amor y Misericordia de
Jesús por mí y por todos nosotros. ¡A pesar de mi miseria, Su Amor por mí es aún
más Grande!
Los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios me llevaron de
regreso a la Iglesia. Jesús me enseñó a amarlo, amando Sus Mandamientos y todas
las verdades y enseñanzas de la Iglesia Católica. A menudo recuerdo cómo era mi
vida antes de la Verdadera Vida en Dios (esto me hace humilde) y, ahora, no
puedo más que aborrecer las cosas que, en aquél entonces, yo creía amar. Todo
gracias al Amor de Dios y por Su Gracia.
La Verdadera Vida en Dios es una invitación de Dios a
responder a Su Pacto de Amor. Amarlo con sencillez, amarlo sin restricciones y
con todo nuestro ser. Por encima de todo, dejarnos caer en Su Amoroso Abrazo
Paternal, con un corazón contrito y arrepentido y
decir:
“¡Te amo a Tí, mi Dios! ¡Fiat (hágase Tu Voluntad) mi
Dios! ¡Que se haga Tu Voluntad en mí siempre, mi Dios!
Amén”.
Alabados sean Jesús y María, por siempre, y que todo sea
para la Mayor Gloria de la Santísima Trinidad por siempre y para siempre.
Amén.
Rita
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