A continuación se encuentra la conclusión de la
Exhortación Apostólica, Ecclesia
en Europa, del Papa Juan Pablo II, publicada el domingo 29 de junio.
Hay muchas
referencias a la “Mujer Vestida con el Sol” en los Mensajes de la
Verdadera Vida en Dios. Ver
“La Mujer Adornada con el
Sol” http://www.tlig.org/spmsg/spm961.html del 25 de
marzo de 1996. Confianza en María “Un gran portento apareció en el
Cielo, una mujer vestida con el Sol” (Ap
12,1) La Mujer, el Dragón y el
Niño El viaje de la
Iglesia a través de la historia está acompañado por “signos”, los cuales
son visibles para todos, sin embargo necesitan ser interpretados. Entre
dichos signos, el Libro del Apocalipsis presenta el “gran portento” que
apareció en el Cielo, el cual habla de un conflicto entre la mujer y el dragón. La Mujer, vestida con el sol, en
trabajo de parto y a punto de dar a luz (Ap 12,12), puede ser visto como
el Israel de los Profetas, el cual da a luz al Mesías “Quien gobernará a
todas las naciones con una barra de hierro” (Ap 12,5; Salmo 2,9). Pero,
Ella también es la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza, sometido a
persecuciones y sin embargo, protegido por Dios. El dragón es “la antigua
serpiente, quien es llamado Diablo y Satanás, el engañador del mundo
entero” (Ap 12,9). El conflicto
es desigual: el dragón parece prevalecer, tan grande es su arrogancia
ante la indefensa y sufrida Mujer. Sin embargo, en realidad, el triunfo le
pertenece al Hijo nacido de la
Mujer. En este conflicto una cosa es cierta: el gran dragón ya ha sido
derrotado; “él fue expulsado a la tierra y sus ángeles fueron expulsados
junto con él”. (Ap 12,9). Él fue derrotado por Cristo, Dios hecho Hombre,
a través de Su Muerte y Resurrección y por los mártires “a través de la
Sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio” (Ap 12,11). Incluso
cuando el dragón continúa su oposición, no hay razón para temer, ya que su
derrota ya ha tenido lugar. Esta es la certeza que anima a la Iglesia en su
peregrinación. En la historia de la Mujer y el dragón, la Iglesia lee Su
propia historia, otra vez. La Mujer que da a luz a Su Hijo también trae a
la mente a la Virgen María, especialmente en el momento en que, traspasada
por el sufrimiento al pie de la Cruz, Ella engendra a Su Hijo de nuevo,
como el Vencedor sobre el príncipe de este mundo. Ella, entonces, es
confiada a Juan, quien a su vez, le es confiado a Ella (Jn
19,26-27), y así Ella se convierte en la Madre de la Iglesia. Gracias a la
unión de María con la Iglesia y la Iglesia con María, el misterio de la
Mujer se hace más claro: “María, presente en la Iglesia como la Madre del
Redentor, participa como Madre, en esa ‘lucha monumental contra los
poderes de la oscuridad’”, la cual continúa durante toda la historia
humana. Y por su identificación eclesiástica como la “Mujer vestida con el
Sol” (Ap 12,1), se puede decir que “en la Santísima Virgen, la Iglesia ya
ha alcanzado la perfección, por lo cual existe sin
mancha”. La Iglesia entera, entonces, contempla a María. Gracias a las
incontables capillas Marianas esparcidas en las naciones del continente,
la devoción a María es muy fuerte y difundida entre los pueblos de
Europa. ¡Iglesia en Europa! Continúen contemplando a María,
con el conocimiento de que Ella está “presente maternalmente y
compartiendo los tan complicados problemas que hoy acosan las vidas de los
individuos, las familias y las naciones” y está “ayudando a los Cristianos
en la lucha constante entre el bien y el mal, para asegurar que ‘no
caiga’, o, si ha caído, que ‘se
levante de nuevo’”. Oración a María, Madre de
la Esperanza En esta contemplación, inspirada por el amor
genuino, María se nos muestra como una figura de la Iglesia, la cual,
nutrida por la esperanza, reconociendo la Salvadora y Misericordiosa
Acción de Dios, en cuya Luz, la Iglesia lee su propio viaje y el de toda
la historia. Hoy, también, María nos ayuda a interpretar todo lo que nos
sucede en la Luz de Jesús, Su Hijo. Como una nueva Creación moldeada por
el Espíritu Santo, María es la
causa de que la virtud de la esperanza crezca dentro de
nosotros. A Ella, Madre de la Esperanza y el
Consuelo, confiadamente elevamos
nuestra oración; a Ella le confiamos el futuro de la Iglesia en Europa
y el futuro de todas las mujeres y hombres de este
continente: ¡María, Madre de la
Esperanza, Acompáñanos en nuestro
viaje! Enséñanos a proclamar al Dios
Viviente; Ayúdanos a dar testimonio de
Jesús, El único Salvador, Haznos bondadosos para con nuestro
prójimo, Acogiendo a los
necesitados, Preocupados por la
justicia, Constructores desapasionados de un mundo más
justo. Intercede por
nosotros, Mientras llevamos a cabo nuestro trabajo en la
historia, Seguros de que el plan del Padre será
cumplido. ¡Amanecer de un nuevo mundo,
Muéstrate, Madre de la
Esperanza Y protégenos! Protege a la Iglesia en
Europa; Que ella esté abierta al Evangelio, con total
transparencia, Que ella sea un lugar auténtico de
comunión; Que ella lleve a cabo, plenamente su
misión De proclamar, celebrar y
servir Al Evangelio de la
Esperanza Para la paz y alegría de
todos. Reina de la Paz, ¡Protege a los hombres y a las mujeres del tercer
milenio! Protege a todos los
Cristianos; Que avancen
confiadamente En el camino de la
unidad, Como levadura de armonía para el
continente. Cuida a los jóvenes, La esperanza del
futuro, Que respondan con
generosidad Al llamado de Jesús. Cuida a los líderes de las
naciones; Que ellos se
comprometan A construir una casa
común Que respete la dignidad y los
derechos De cada persona. ¡María danos a Jesús! ¡Concédenos que Lo sigamos y Lo
amemos! ¡Él es la Esperanza de la
Iglesia, De Europa y de toda la
humanidad! ¡Él vive con nosotros, en medio de nosotros, en Su
Iglesia! Contigo
decimos: “Ven, Señor Jesús”. (Ap 22,20) ¡Que la esperanza de
Gloria, Que Él ha derramado en nuestros
corazones, Produzca frutos de justicia y de
paz! Dada en Roma, en la Basílica
de San Pedro, el 28 de junio, en la Vigilia de la Solemnidad de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, en el año 2003, el veinticinco aniversario de mi
Pontificado. Juan Pablo II _______________________________________________ puede verse en:
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