Agradecemos a Fernando de la Riva y a
Joao Inacio Wetternick quienes enviaron este testimonio desde
Brasil.
Cuando Vassula visitó Brasil, por primera
vez, en 1994, yo vivía a 1,200 kilómetros de distancia de donde ella se iba a
presentar. Bueno, decidí ir a escucharla hablar. Con una semana de anticipación,
compré mi boleto con la compañía de autobuses que sale de mi pueblo (Río Grande)
y sigue la carretera hasta Río de Janeiro, pasando por Joinville, donde yo iría
al encuentro de Vassula.
En aquel tiempo, había leído en la
“Verdadera Vida en Dios” que la prima de Vassula acostumbraba invitar a Jesús
para que la acompañara en todos sus quehaceres y que esto complacía grandemente
al Señor, como Él Mismo se lo había dicho a Vassula. Bueno, de ahí en adelante,
decidí que yo también invitaría al Señor a que me acompañara en todas mis
actividades y que fuera conmigo a todas partes a donde yo fuera. El día que
viajaría a Joinville, antes de salir, consagré mi familia y mi hogar a Nuestra
Señora e invité a Jesús a que viajara conmigo. Subí al taxi que me llevaría a la
estación de autobuses y dije: “Jesús, ven conmigo”.
Cuando subí al autobús, noté que el número
de mi asiento era el 34 y el número 33 estaba junto al mío, en el pasillo del
centro – ese era el asiento de Jesús. Incluso se Lo comenté a Él: “Este número
Tuyo es bastante significativo, Jesús”. Sepan que cuando compré el boleto, sólo
pedí que estuviera en el centro del autobús, sin escoger ningún número en
particular, y sólo me di cuenta de esto, hasta que me subí al autobús.
Cuando me senté en el asiento 34 junto a la
ventana, solemnemente invité a mi bienamado Compañero de viaje a que se sentara
en el asiento número 33.
El autobús salió de mi ciudad con sólo 6
pasajeros, ya que era el principio del viaje y el resto de los lugares se irían
ocupando durante el trayecto.
En la siguiente ciudad, el autobús recogió a
más pasajeros, sin embargo, todavía no se habían llenado completamente los
asientos disponibles. Recé el Santo Rosario, Jesús me estaba escuchando. Me
dormí y cuando me desperté, Jesús me estaba
sonriendo.
Llegamos a Porto Alegre, alrededor de
mediodía, con un calor sofocante. El autobús se detuvo en la Estación principal
y el conductor nos pidió que permaneciéramos sentados, porque él personalmente,
iba a escoger a los pasajeros para que ocuparan los asientos vacíos
restantes.
Las personas empezaron a subirse al autobús
para tomar sus asientos. El asiento número 33 estaba ocupado por Jesús, mi
Compañero de viaje. Cuando se ocuparon todos los asientos, dos personas
permanecieron con sus boletos en las manos, sin lugar para sentarse en el
autobús. El conductor hizo lo siguiente: caminó hasta el baño, abrió la puerta
para ver si alguien estaba dentro, regresó hasta el frente, y caminó, de
regreso, colocando sus manos sobre los asientos, contando de dos en dos. Él pasó
por los asientos 33 y 34 y contó dos personas más.
Me estremecí de emoción, ya que yo
sabía, en mi corazón, que en el asiento 33 estaba sentado Jesús. Aunque no Lo
veía con mis ojos, no obstante, los demás estaban viendo el lugar ocupado y Lo
contaban como pasajero. Esta verificación se llevó a cabo dos veces, sin haber
requerido la revisión de los boletos.
Debido a la inquietud de los pasajeros, el
conductor explicó que pudo haber sido algún error en el sistema de computación,
pero que nadie debía de alarmarse, ya que aquellos que habían quedado sin
asiento, serían enviados por avión a su destino final, a cargo de la compañía de
autobuses. Mi corazón estaba estallando de felicidad. Jesús
sonreía.
Durante su itinerario, este autobús paró en
varias ciudades, donde algunas personas se bajaban y muchas otras se subían, en
varias ocasiones. Allí permaneció Él, durante 18 horas, sólo por amor a mí, como
Él me lo dijo en mi corazón, varias veces. Y cuando Le pregunté a Jesús, ¿por
qué hizo este sacrificio de quedarse durante 18 horas?, Él me respondió: “¡PERO
HAS OLVIDADO, HIJO MÍO, QUE FUE MUCHO MÁS DOLOROSO HABER PERMANECIDO EN LA
CRUZ!”.
Y, de este modo, Jesús y yo nos bajamos del
autobús en Joinville, el 31 de enero de 1994, para escuchar a
Vassula.
Y al final de la plática de Vassula, Jesús
me permitió sentir un poco del Cielo, cuando ella narró el Mensaje de Jesús a
todos los brasileños, ahí en Joinville, transmitiendo Su Bendición, para todos,
con el ALIENTO DEL ESPÍRITU SANTO, en nuestras frentes. La bendición ha
permanecido marcada en mi frente por siempre y la recuerdo en todos los momentos
de mi vida.
L. C. Terra
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