A continuación se encuentran extractos de la nueva Encíclica sobre la Eucaristía, publicada el pasado 17 de abril. Adjunto a este correo, se encuentra el texto completo de la Encíclica, de una belleza extraordinaria.
CIUDAD DEL VATICANO, 17 de abril de 2003 (VIS). Esta
tarde, durante la Misa de la Última Cena del Señor, Juan Pablo II firmará la
Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” para los Obispos, Presbíteros y
Diáconos, las Personas Consagradas y todos los Fieles Laicos sobre la Eucaristía
y su relación con la Iglesia
Esta Encíclica, la número 14 del Papa Juan Pablo II,
consiste de introducción, seis capítulos y conclusión. Ha sido publicada en
inglés, francés, español, italiano, alemán, portugués y
latín.
Extractos:
INTRODUCCIÓN
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta
verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra
en síntesis el núcleo del misterio de la
Iglesia.”
Desde que inicié mi ministerio
de Sucesor de Pedro, he reservado siempre para el Jueves Santo, día de la
Eucaristía y del Sacerdocio, un signo de particular atención, dirigiendo una
carta a todos los sacerdotes del mundo. Este año, para mí el vigésimo quinto de
Pontificado, deseo involucrar más plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión
eucarística, para dar gracias a Dios también por el don de la Eucaristía y del
Sacerdocio: « Don y misterio »… ¿Cómo
no sentir la necesidad de exhortar a todos a que hagan de ella siempre una
renovada experiencia?
La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús
en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso
que la Iglesia puede tener en su caminar por la
historia.
No hay duda de que la reforma litúrgica
del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más
consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar….
La participación devota de los
fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de
Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte
en ella.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no
faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi
total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos
contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y
la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una
comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor
sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un
encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del
sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la
sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio.
También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo
generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la
disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo
dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir
ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica
contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas no
aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de
su misterio.
1. MISTERIO DE LA
FE
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial
de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este
acontecimiento central de salvación y « se realiza la obra de nuestra redención
». …Misterio: Misterio grande, Misterio de
misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la
Eucaristía nos muestra un amor que llega « hasta el extremo » (Jn 13, 1),
un amor que no conoce medida.
La Misa hace presente el sacrificio de la
Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración
memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio), por la
cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en
el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser
entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una
referencia solamente indirecta al sacrificio del
Calvario.
2. LA EUCARISTÍA EDIFICA LA
IGLESIA
Con la comunión eucarística la Iglesia
consolida también su unidad como cuerpo de
Cristo.
La adoración que se da a la
Eucaristía fuera de la Misa es de un valor
inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho adoración está estrechamente unida a
la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las
sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura
mientras subsistan las especies del pan y del vino–, deriva de la celebración
del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a
los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico,
particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo
presente bajo las especies eucarísticas….¿cómo no sentir una renovada necesidad
de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en
actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas
veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he
encontrado fuerza, consuelo y apoyo!
3.
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA IGLESIA
La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo
de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles,
obedientes al mandato del Señor.
El ministerio de los sacerdotes, en virtud
del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo,
manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera
radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso
para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a
la Última Cena.
La asamblea que se reúne para celebrar la
Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística,
un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está
capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que
recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los
Apóstoles.
Los fieles católicos, por tanto, aun
respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados, deben
abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para
no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por
consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de la verdad. Eso
retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no se
puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con celebraciones ecuménicas
de la Palabra o con encuentros de oración en común con cristianos miembros de
dichas Comunidades eclesiales, o bien con la participación en su servicio
litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en
circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso
eucarística, pero no pueden reemplazarla.
…Del sacrificio eucarístico que, por eso, es
el centro y raíz de toda la vida del presbítero ». Se entiende, pues,
lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de
la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de
celebrar cotidianamente la Eucaristía. … De este modo, el sacerdote será capaz
de sobreponerse cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el Sacrificio
eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía
espiritual necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada
jornada será así verdaderamente eucarística.
Del carácter central de la Eucaristía en la
vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en
la pastoral de las vocaciones sacerdotales. . Ante todo, porque la
plegaria por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de
Cristo sumo y eterno Sacerdote… Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad
pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del
joven el germen de la llamada al sacerdocio.
Cuando, por escasez de sacerdotes, se confía
a fieles no ordenados una participación en el cuidado pastoral de una parroquia,
éstos han de tener presente que, como enseña el Concilio Vaticano II, « no se
construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la
celebración de la sagrada Eucaristía ». Por tanto, considerarán como cometido
suyo el mantener viva en la comunidad una verdadera « hambre » de la Eucaristía,
que lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la
Misa,
4.
EUCARISTÍA Y COMUNIÓN ECLESIAL
La Iglesia, mientras peregrina aquí en la
tierra, está llamada a mantener y promover tanto la comunión con Dios trinitario
como la comunión entre los fieles. Para ello, cuenta con la Palabra y los
Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la cual « vive y se desarrolla sin
cesar », y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma. No es casualidad
que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres
específicos de este sublime Sacramento.
La celebración de la Eucaristía, no
obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone
previamente, para consolidarla y llevarla a perfección…. sea en la dimensión
invisible que, en Cristo y por la acción del Espíritu Santo, nos une al
Padre y entre nosotros, sea en la dimensión visible, que implica la
comunión en la doctrina de los Apóstoles, en los Sacramentos y en el orden
jerárquico.
La comunión invisible, aun siendo por
naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos
hace « partícipes de la naturaleza divina » (2 Pe 1, 4), así como la
práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la
caridad.
El Catecismo
de la Iglesia Católica
establece: « Quien tiene conciencia
de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes
de acercarse a comulgar ».74 Deseo, por tanto, reiterar que está
vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de
Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que,
para recibir dignamente la Eucaristía, « debe preceder la confesión de los
pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal
».
El juicio sobre el estado de gracia,
obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de
conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento ex- terno grave,
abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado
pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede
mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se
refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la
comunión eucarística a los que « obstinadamente persistan en un manifiesto
pecado grave».
La comunión eclesial, como antes he
recordado, es también visible… La Eucaristía, siendo la suprema
manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se celebre
en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de
comunión…. requiere que los lazos de la comunión en los sacramentos sean
reales, particularmente en el Bautismo y en el Orden sacerdotal. No se puede dar
la comunión a una persona no bautizada o que rechace la verdad íntegra de fe
sobre el Misterio eucarístico.
Además, por el carácter mismo de la comunión
eclesial y de la relación que tiene con ella el sacramento de la Eucaristía, se
debe recordar que « el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una
comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad:… La
comunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio
Obispo y con el Romano Pontífice.
La Eucaristía crea comunión y alienta a
la comunión.
Esta peculiar eficacia para
promover la comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de la
importancia de la Misa dominical Sobre ella y sobre las razones por las que es
fundamental para la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles, me he
ocupado en la Carta apostólica sobre la santificación del domingo
Dies Domini, recordando, además, que participar en la Misa es una
obligación para los fieles, a menos que no tengan un impedimento grave, lo que
impone a los Pastores el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad
efectiva de cumplir este precepto.
Al considerar la Eucaristía como Sacramento
de la comunión eclesial, hay un argumento que, por su importancia, no puede
omitirse: me refiero a su relación con el compromiso ecuménico. Todos
nosotros hemos de agradecer a la Santísima Trinidad que, en estas últimas
décadas, muchos fieles en todas las partes del mundo se hayan sentido atraídos
por el deseo ardiente de la unidad entre todos los
cristianos.
Precisamente porque la unidad de la Iglesia,
que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la
sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de
la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es
posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la
integridad de dichos vínculos. Una concelebración sin estas condiciones no sería
un medio válido, y podría revelarse más bien un obstáculo a la consecución de
la plena comunión, encubriendo el sentido de la distancia que queda hasta
llegar a la meta e introduciendo o respaldando ambigüedades sobre una u otra
verdad de fe. El camino hacia la plena unidad no puede hacerse si no es en la
verdad. En este punto, la prohibición contenida en la ley de la Iglesia no deja
espacio a incertidumbres, en obediencia a la norma moral proclamada
por el Concilio Vaticano II.
Si en ningún caso es legítima la
concelebración si falta la plena comunión, no ocurre lo mismo con respecto a la
administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales, a personas
pertenecientes a Iglesias o a Comunidades eclesiales que no están en plena
comunión con la Iglesia católica. En efecto, en este caso el objetivo es
satisfacer una grave necesidad espiritual para la salvación eterna de los
fieles, singularmente considerados, pero no realizar una intercomunión,
que no es posible mientras no se hayan restablecido del todo los vínculos
visibles de la comunión eclesial.
5. LA DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA
El banquete eucarístico es
verdaderamente un banquete « sagrado », en
el que la sencillez de los signos contiene el abismo de la santidad de Dios:
« O Sacrum convivium, in quo Christus sumitur!
»
En el contexto de este elevado sentido del misterio, se
entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado
en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de
devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas,
orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. De
aquí nace el proceso que ha llevado progresivamente a establecer una especial
reglamentación de la liturgia eucarística, en el respeto de las diversas
tradiciones eclesiales legítimamente constituidas.
Las formas de los altares y tabernáculos se
han desarrollado dentro de los espacios de las sedes litúrgicas siguiendo en
cada caso, no sólo motivos de inspiración estética, sino también las exigencias
de una apropiada comprensión del Misterio.
Y, ¿acaso no se observa una enorme cantidad
de producciones artísticas, desde el fruto de una buena artesanía hasta
verdaderas obras de arte, en el sector de los objetos y ornamentos utilizados
para la celebración eucarística?... En esta perspectiva de un arte orientado a
expresar en todos sus elementos el sentido de la Eucaristía según la enseñanza
de la Iglesia, es preciso prestar suma atención a las normas que regulan la
construcción y decoración de los edificios
sagrados.
En esta perspectiva de un arte orientado a
expresar en todos sus elementos el sentido de la Eucaristía según la enseñanza
de la Iglesia, es preciso prestar suma atención a las normas que regulan la
construcción y decoración de los edificios sagrados. No obstante, es necesario que este
importante trabajo de adaptación se lleve a cabo siendo conscientes siempre del
inefable Misterio, con el cual cada generación está llamada confrontarse. El
“tesoro” es demasiado grande y precioso como para arriesgarse a que se
empobrezca o hipoteque por experimentos o prácticas llevadas a cabo sin una
atenta comprobación por parte de las autoridades eclesiásticas competentes.
Además, la centralidad del Misterio eucarístico es de una magnitud tal que
requiere una verificación realizada en estrecha relación con la Santa
Sede.
Por desgracia, es de lamentar que, sobre
todo a partir de los años de la reforma litúrgica post-conciliar, por un
malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado
abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al «
formalismo » ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a
considerar como no obligatorias las « formas » adoptadas por la gran tradición
litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no
autorizadas y con frecuencia del todo
inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una
acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas
litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la
auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La
liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la
comunidad en que se celebran los Misterios.
También en nuestros tiempos, la obediencia a
las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y
testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada
celebración de la Eucaristía… Precisamente para reforzar este sentido profundo
de las normas litúrgicas, he solicitado a las oficinas competentes de la Curia
Romana que preparen un documento más específico, incluso con rasgos de carácter
jurídico, sobre este tema de gran importancia. A nadie le está permitido
infravalorar el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande
para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no
respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión
universal.
6.
EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER « EUCARÍSTICA »
Si queremos descubrir en toda su riqueza la
relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre
y modelo de la Iglesia…. . En cierto sentido, María ha practicado su fe
eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo
de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de
Dios…. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario,
hizo suya la dimensión sacrificial de la
Eucaristía.
En la Eucaristía, la Iglesia se une
plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es
una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva
eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo
alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama « mi alma engrandece al
Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno.
Alaba al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y « con »
Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud eucarística
».
CONCLUSIÓN
Hace pocos años he celebrado el
cincuentenario de mi sacerdocio. Hoy experimento la gracia de ofrecer a la
Iglesia esta Encíclica sobre la Eucaristía, en el Jueves Santo de mi vigésimo
quinto año de ministerio petrino. Lo hago con el corazón henchido de
gratitud. Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de
noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de
la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos se han fijado en la hostia y el
cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han « concentrado »
y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su
misteriosa « contemporaneidad ».
El Misterio eucarístico –sacrificio,
presencia, banquete –no consiente reducciones ni instrumentalizaciones;
debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo
coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración
eucarística fuera de la Misa…. La vía que la Iglesia recorre en estos primeros
años del tercer milenio es también la de un renovado compromiso
ecuménico…. El tesoro eucarístico que el Señor ha puesto a nuestra
disposición nos alienta hacia la meta de compartirlo plenamente con todos los
hermanos con quienes nos une el mismo Bautismo. Sin embargo, para no
desperdiciar dicho tesoro se han de respetar las exigencias que se derivan de
ser Sacramento de comunión en la fe y en la sucesión
apostólica.
En el humilde signo del pan y el vino,
transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como
nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para
todos.
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