A continuación se encuentra el texto de una
homilía sobre el Sacramento de la Penitencia, dada por el Papa Juan Pablo II
hace un par de semanas, a un grupo de sacerdotes y
seminaristas.
En muchas ocasiones, he expresado mi
agradecimiento a todos los que se dedican al ministerio de la Penitencia en la
Iglesia. Verdaderamente, el sacerdote Católico es, sobre todo, un ministro del
Sacrificio Redentor de Cristo en la Eucaristía y un ministro del perdón divino
en el Sacramento de la Penitencia.
En esta ocasión, deseo reflexionar,
particularmente, sobre la cercana relación que existe entre el sacerdocio y el
Sacramento de la Reconciliación, el cual el sacerdote debe recibir, primero, con
fe y humildad y con una frecuencia nacida de la convicción. De hecho, en
relación con los sacerdotes, el Concilio Vaticano Segundo enseña: “Los ministros
de la gracia Sacramental están íntimamente unidos a Cristo, el Salvador y el
Pastor, a través de la recepción fructífera de los Sacramentos, especialmente,
el frecuente acto Sacramental de la Penitencia. Si está preparado por un examen
diario de conciencia, es un incentivo poderoso para la conversión esencial del
corazón al amor del Padre de las Misericordias”.
Además del valor intrínseco del Sacramento
de la Penitencia, cuando éste es recibido por el sacerdote, como penitente, uno
puede mencionar su eficacia ascética como una oportunidad para hacer un examen
de conciencia, y consecuentemente, para llegar a la determinación, placentera o
dolorosa, (dependiendo de si los resultados son agradables o no), del grado de
fidelidad de cada uno respecto a sus promesas. Es también, un momento inefable
el “experimentar” el Amor Eterno, con el cual el Señor nos ama a cada uno de
nosotros en nuestra propia individualidad: es una salida para la decepción y la
amargura, quizás por algo que nos fue injustamente hecho. Es un bálsamo de
consuelo para aliviar las diversas y tantas formas de sufrimiento que la vida
conlleva.
Como ministro del Sacramento de la Penitencia, conciente
del precioso don de la gracia colocado en sus manos, el sacerdote debe ofrecer a
los fieles, la caridad de la cálida bienvenida, sin limitar su tiempo, ni
mostrar una actitud severa o fría. Al mismo tiempo, en relación a sus problemas,
el sacerdote debe tener la caridad, de hecho, la justicia para transmitir la
enseñanza genuina de la Iglesia, sin distorsiones ideológicas u omisiones
arbitrarias, evitando las modernas innovaciones
seculares.
Particularmente, deseo llamar su atención a la necesidad de
una adherencia adecuada al Magisterio de la Iglesia, en relación con los
complejos problemas en el campo bioético y las normas morales y canónicas
concernientes al matrimonio. En mi Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo
de 2002, yo señalé: “Puede suceder que frente a los complejos problemas éticos
contemporáneos, los fieles salgan del confesionario con algunas ideas confusas,
especialmente si encuentran que los confesores no son consistentes en sus
juicios”. La verdad es que aquellos que cumplen este delicado ministerio, en el
Nombre de Dios y de la Iglesia, tienen el deber específico de no promover, y más
aún, de no expresar en el confesionario, sus opiniones personales que no
corresponden a lo que la Iglesia enseña y profesa. Del mismo modo, “el dejar de
hablar la verdad, por un sentido erróneo de compasión, no debe ser considerado
como amor”.
Si el Sacramento de la Penitencia es bien
administrado y recibido, es en sí mismo el medio principal para el
discernimiento vocacional. El director espiritual de los seminaristas, antes de
autorizar y alentar la intención de los mismos a ordenarse como sacerdotes, debe
de estar personal y moralmente convencido de la capacidad e integridad de cada
uno de ellos. Además, uno sólo puede obtener esta certeza moral cuando la
fidelidad del candidato, a las demandas de la vocación, ha sido demostrada, con
una larga experiencia.
En cualquier caso, el director espiritual
debiera de ofrecer a los candidatos para el sacerdocio, no sólo discernimiento,
sino también el ejemplo de su propia vida, buscando reproducir en sí mismo el
Corazón de Cristo.
El justo y fructífero ministerio de la
Penitencia y amor hacia el uso personal del Sacramento de la Penitencia depende,
por encima de todo, de la Gracia del Señor. Para obtener este don del sacerdote,
la mediación de María, Madre de la Iglesia y Madre de los sacerdotes, tiene una
importancia singular, ya que Ella es la Madre de Jesús, el Eterno Altísimo
Sacerdote. Que Ella obtenga de Su Hijo el Don de la Santidad, para cada
sacerdote, a través del Sacramento de la Penitencia, recibido humildemente e
impartido generosamente.
_______________________________________________
Si
usted no desea continuar recibiendo estos
mensajes, responda a este correo,
indicando, en el
Asunto del mismo, la palabra ELIMINAR.
Un archivo de
correos anteriores enviados a este foro
puede verse en:
http://www.tlig.org/sp/spforum/spforum.html
Para suscribirse a esta
lista de correos: esp@tlig.org
______________________________________________
---
Outgoing mail is certified Virus
Free.
Checked by AVG anti-virus system (http://www.grisoft.com).
Version: 6.0.471 /
Virus Database: 269 - Release Date:
10/04/2003