LA
RECONCILIACIÓN Y LA UNIDAD
El
arrepentimiento es la puerta que conduce a las almas de la oscuridad a la Luz.
Por lo tanto, hasta este día, no podemos decir que estamos caminando en la Luz,
ya que todavía estamos divididos y fragmentados. Todos somos iguales ante Dios,
porque todos somos Sus hijos. No es suficiente pertenecer a una Iglesia para ser
salvados. Es necesario seguir los Mandamientos de Dios; y como Cristo Le
respondió a una mujer: “Bienaventurados, pues, los que escuchan la Palabra
de Dios y la observan”. (Lucas 11, 28). Aquéllos que no son Cristianos
no son menos criaturas, y están hechos a Imagen de Dios, y destinados,
finalmente, para vivir en la Casa de Dios. Está escrito: “No hay
favoritismos con Dios”. (Romanos 2, 11). Jesucristo redimió a todas las
personas de la Tierra, por lo tanto, la salvación es otorgada a todos, si viven
en la Luz de Dios. Pero, aquellos quienes, conscientemente, rechazan a Dios y Su
Ley de Amor, serán condenados, por su propia elección.
Si no
hemos entrado en la Luz, ¿cómo veremos la Divina Voluntad de Dios, para
progresar en la reconciliación y la unidad, y para saber en qué forma, Él desea
esta unidad espiritual?. ¿Cómo vamos a conocer nuestro camino y por dónde
estamos caminando, si todavía, estamos en la oscuridad?. La oscuridad está en
guerra con la Luz, y si no nos apresuramos y nos arrepentimos, esa pequeña llama
vacilante que permanece dentro de nosotros, se extinguirá. Necesitamos
apresurarnos a hacer de lado, todos nuestros prejuicios y a sacar aceite, de las
reservas de humildad y amor, para avivar, una vez más, esta llama vacilante,
convirtiéndola en una antorcha viviente.
Cada
Iglesia debe estar dispuesta a morir a su ego y a su rigidez. Entonces, a través
de esta especie de muerte desapasionada, la Presencia de Cristo vivirá en ellos.
Cada Iglesia tiene que pasar por un arrepentimiento incesante, y luego, unirse
al Amor Divino de Cristo hacia la humanidad, que borrará sus errores pasados y
presentes. A través de este acto de humildad, la unidad será lograda. Las
Escrituras dicen: “Humíllense ante el Señor y Él los levantará”.
(Santiago 4, 10).
Si las
Iglesias están dispuestas a ir, más allá de los obstáculos negativos que las
separan, que de acuerdo a las Escrituras van contra el logro de la unidad de fe,
amor y adoración entre nosotros, Cristo Se mantendrá Fiel a Su Promesa, de
otorgar un tiempo de paz al mundo entero, atrayendo a cada criatura a Su Cuerpo
Místico, cumpliendo, así, Sus Palabras dadas a nosotros en Su Oración al Padre:
“Que sean uno en Nosotros, como Tú Estás en Mí y Yo Estoy en Ti, para que
el mundo crea que Fuiste Tú, Quien Me envió”. (Juan 17, 21). En esta
súplica de Nuestro Señor, queda muy claro, que la unidad que Él Está pidiendo,
será una unidad que involucre al mundo entero. Pero, dicha unidad, que
involucrará al mundo entero, no puede llevarse a cabo, sin la ayuda del Espíritu
Santo, dotando Su Poder a la humanidad, llamando apóstoles que vayan y
evangelicen al mundo, atrayendo la fe del mundo entero hacia Cristo. Por lo
consiguiente, considerando nuestra actual división, yo diría que la Iglesia,
todavía, no logra su perfección, sino que ha mostrado su debilidad a este
respecto.
La
Iglesia es débil y necesita ser consolidada a través de la unidad. En el estado
en que se encuentra ahora, la Iglesia está perdiendo, gradualmente, su luz en su
debilidad, al punto de que no puede levantarse para ir y tomar el óleo sanador
de la Fuente de Vida, que es el Espíritu Santo. En un Mensaje, Cristo Le dice a
la Iglesia: “...y tu fragancia te dejó”. Parece que en su temor de
perder su identidad y sus valores, especialmente, la Iglesia Ortodoxa, no sólo
cierra sus ventanas, sino que se asegura que las puertas estén bien atrancadas,
prohibiendo que cualquier luz la penetre, no dándose cuenta que su interior se
está enmoheciendo. Este temor sin razón, prohíbe que la gracia fluya,
obstruyendo la Brisa del Espíritu Santo, que la puede refrescar. Aquél que actúa
por temor, y se asegura que las ventanas y las puertas estén, completamente,
atrancadas, generalmente, tiene miedo de que sus valores sean robados. Pero no
es sólo la Iglesia Ortodoxa, la que se comporta de esta manera, hay otras, que
igualmente, se comportan así.
La
belleza, la gloria y el fruto que la Iglesia dio, una vez, al principio de su
existencia, ha caído ahora, como fruta podrida. Si esto está mal, entonces,
¿dónde está esa Iglesia Apostólica, en su anhelo de dar testimonio del Cristo,
de colocarse en el altar de los Mártires, de humillarse en la arena del oprobio
y el dolor, antes que negar al Cristo?. ¿Dónde está ese fervor de fe de los
discipulos, con deseo de la evangelización global?. Oh, Cristo, ¿cuánto más debe
Tu Precioso Cuerpo ser taladrado, lanceado y fragmentado, antes de que nos demos
cuenta de que hemos dividido Tu Cuerpo como instrumentos del “divisor” mismo?.
Lo hemos hecho inconsciente e involuntariamente. Ayúdanos a encontrar y
preservar ese resto tan sagrado llamado Tu Iglesia. Ayúdanos a unirla de nuevo.
Una unidad de la Iglesia determinada a traer, Tu Segunda Venida, como una
revelación global.
Sin
embargo, el Espíritu Santo no se detendrá a causa de las ambiciones humanas y
nuestra incapacidad de reconciliarnos. Él Está ahí, emitiendo un gran sonido,
para que al final, aún los sordos, que se han atrancado a sí mismos, Lo escuchen
y, finalmente, abran las puertas de su corazón, y aquéllos que estaban muertos,
regresen a la vida. De haber dejado de existir, una vez más, vuelvan a
ser.
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