Señor, oro como Tú oraste: Que todos sean uno, como el Padre está en Ti y Tú en Él, para que el resto del mundo crea que fue el Padre Quien Te envió. Por esto, oramos también por las ovejas que no son de Tu Rebaño, para que ellos también escuchen Tu Voz. Oramos para que el mundo te ame, desde hoy, para siempre. Amén. Introducción Primero, y antes que nada, doy gracias a Nuestro Señor, por esta reunión espiritual, porque es una Gracia dada por Dios, para todos nosotros, dándonos oportunidades de extender Su Reino, acercándonos a la reconciliación. Cualquier delicadeza, de nuestra parte, para restaurar la tambaleante Casa de Cristo, conmueve al Señor, profundamente. ¡Cualquier paso hacia una unidad espiritual, regocija a todo el Cielo!. Ante cualquier oración ofrecida para la restauración del Cuerpo de Cristo, la Ira del Padre disminuye. Ante cualquier reunión, en Su Santo Nombre, por la Unidad, Sus Bendiciones son derramadas sobre aquéllos que participan de estas reuniones. Por esto, le doy Gloria a Dios, Quien nunca nos falla. En esta hora, quisiera compartir con ustedes, una presentación del papel de un laico en la Iglesia, y luego, tres temas. El primer tema es sobre la metanoia, fruto de la humildad, que guía a la reconciliación y a la Unidad. El segundo es acerca de nuestro pecado de división, y el tercero es el Papel del Espíritu Santo, al guiarnos hacia la Unidad. Cuando recibí esta invitación, para hablar acerca de una espiritualidad ecuménica, yo estaba renuente, de poner en palabras, mi experiencia particular con Dios. No me atrevo a formular una clasificación de "espiritualidad" respecto de mis propias e íntimas, "conversaciones con Cristo". Más bien, dejaría a la libertad de Dios, Quien ha elevado a los profetas, y Quien habló y se reveló a Sí Mismo "en diversas ocasiones y bajo diferentes formas" (Hebreos 1,1), para transmitir, de nuevo, Su Mensaje, a través de una mano débil, un miembro del Cuerpo de Cristo. En este sentido, lo siguiente, es una clase diferente de testimonio de la tradición mística de la Iglesia. Por lo tanto, lo que escucharán en esta hora, no es un discurso teológico académico, simplemente, porque yo no soy teóloga, sino más bien un ejemplo vivo de un testigo laico, para la Unidad, cuando es llamado por Dios, para Su Servicio. Yo provengo de la Iglesia Griega Ortodoxa. En nuestro libro para la doctrina de la Iglesia Ortodoxa, libro I, publicado en 1997, por el Sr. Trembelas, en la página 79, se lee: "Las revelaciones son definidas como un acto de Dios, por medio del cual Él notifica a Sus criaturas dotadas de razón, de acuerdo a su limitada capacidad intelectual, acerca de los misterios de Su Existencia, Naturaleza y Voluntad...." etc. Valdría la pena leer la página 78, en donde se describe la necesidad de que Dios Mismo guíe a Su Pueblo. Hay muchas más referencias sobre el papel de los laicos en nuestra Iglesia Ortodoxa, pero el límite de tiempo nos impide estudiarlos, aquí, detalladamente. Es conocido, también, que el Concilio Vaticano II, ha subrayado la importancia de que los laicos contribuyan a la propagación de la Buena Nueva, a través de los varios dones que Dios confiere a Su Iglesia. En Lumen Gentium, el Concilio, claramente, declara que los laicos participan en el oficio profético de Cristo. Cristo lleva a cabo este oficio profético, no sólo a través de la jerarquía, sino también, a través de los laicos. Él, en consecuencia, establece a ambos como testigos, y les proporciona el sentido de la fe y la gracia de la palabra (LG 35). Cada laico tiene un rol que llevar a cabo en este servicio del Evangelio, de acuerdo al carisma que Dios le ha dado, y a través de esos dones dados a él, se convierte, de inmediato, en el testigo y el instrumento viviente de la misión de la Iglesia misma, "según la medida de los dones de Cristo" (Efesios 4,7). Es obvio, entonces, por las afirmaciones de la Iglesia, que los laicos tienen un papel, muy importante, que cumplir en el mundo, y que los carismas, que el Espíritu Santo concede a Su pueblo, siempre son para el servicio de la comunidad, y para el beneficio de la Iglesia.
Desde el principio de este llamado, Nuestro Señor, por la Gracia, se acercó a mí, con real liberalidad, dirigiéndose a mí, con poesía, ya que la religión y la virtud han sido Su Dulce Conversación conmigo, durante los pasados dieciséis años. Sin ningún mérito fui llamada y respondí. Las Escrituras dicen: "Yo creí y, por lo tanto, ésta es la razón por la que hablo". (2 Corintios, 13). Luego, el Señor me pidió que Lo reconociera, y al reconocerlo, Él me mostró Su Cruz de Unidad. Una de las primeras Palabras que Cristo me dijo, fueron éstas: "¿Qué casa es más importante, tu casa o Mi Casa?". Yo contesté: "Tu Casa, Señor". Entonces, Él dijo: "Revive Mi Casa, embellece Mi Casa, une Mi Casa". Yo estaba sobrecogida con impotencia, y me sentí miserable. Me lamenté: "¡No sé cómo hacer todo esto!. ¡No sé nada!". Entonces, Cristo dijo: "Permanece siendo nada. Yo quiero una nada, y en tu nada, Yo mostraré Mi Autoridad, Mi Poder y que Yo Soy. Así que, muere a ti misma, y permite a Mi Espíritu Santo que respire sobre ti". De ahí en adelante, Él me pidió que caminara con Él, pero después de haber atravesado muchos fuegos espirituales. De esta manera, recibí la Semilla de Dios, sin ningún mérito. Está escrito: "Nadie puede atribuirse nada, sino lo que le haya sido dado por Dios" (Juan 3, 27). Esta Obra del Espíritu Santo está impresa en once volúmenes, y está traducida a 40 idiomas, publicados bajo el nombre de: "La Verdadera Vida en Dios". En estos escritos espirituales, vemos cómo Dios está dándonos oportunidades para ser perfectos, y ser capaces de alcanzar la deificación, a través de Su Divinidad, y convertirnos en dioses por participación. Los frutos de esta Obra son numerosos, porque Ellos, también, provienen del Señor, y toda cosa buena proviene del Señor. Vale la pena mencionar uno de ellos. Hoy, alrededor del mundo, existen más de mil grupos ecuménicos de oración que fueron formados a través de estos escritos dictados bajo el nombre de la "Verdadera Vida en Dios". Estos grupos ecuménicos de oración están formados por iglesias de diferentes denominaciones, que se reúnen a orar por la unidad y la reconciliación de las Iglesias. De estos grupos, nueve casas de caridad han sido abiertas para alimentar a los pobres y a los necesitados. Son llamadas Beth Myriam, que significa la Casa de María. Habrá otras que abrirán, por la Gracia de Dios, en un futuro próximo, y estarán también, en operación. Por la Gracia de Dios, hasta ahora, he sido invitada a sesenta países, para dar testimonio de las grandes obras del Señor. Esto se ha llevado a cabo, en más de 700 reuniones, ante Católicos Romanos, Ortodoxos, y miembros de otras Iglesias. No pude rehusarme a hablar ante otros hermanos y hermanas, que no son Cristianos. Nuestro Señor abrió, también, una puerta para los no Cristianos y, de esta manera, he sido llamada para dirigirme a los Judíos, al igual que a los Hindúes, Musulmanes y Budistas, quienes, después de escuchar la Palabra de Dios, encontraron su libertad y se reconciliaron con el Dios Trino, pidiendo el Sacramento del Bautizmo. Ya que Cristo oró al Padre, por esto, diciendo: "Yo oro, no sólo por éstos, sino, también, por aquéllos que creerán en Mí, por sus enseñanzas" (Juan 17, 20). En marzo de 2000, el Señor nos permitió reunirnos en su lugar natal, Belén. 450 personas vinieron de todas partes - sí, de más de 55 países, y de 12 diferentes Iglesias - a una reunión internacional de oración por la paz y la unidad. Nos reunimos como una sola familia. Con nosotros, tuvimos a 75 miembros del clero de 12 diferentes Iglesias, pero, también, a otros clérigos de Tierra Santa, quienes al enterarse de esta reunión de oración, se unieron a nosotros. Este evento ecuménico fue coordinado por algunos Judíos y Palestinos, quienes fueron conmovidos por los escritos espirituales de la "Verdadera Vida en Dios". Ellos creyeron en la Redención de Cristo y en Su Plan de Salvación, en nuestros días, y se ofrecieron, como voluntarios, para organizar esta reunión. Cuando sabemos cómo, en nuestros días, los Palestinos y los Judíos están peleando unos contra otros, su reconciliación es una señal del Poder del Espíritu Santo, Quien unió a esas dos naciones, para trabajar en una reunión para la paz, entre los Cristianos divididos. Como dicen las Escrituras: "Los que trabajan por la paz, siembran en la paz, y cosechan frutos de santidad" (Santiago 3, 18). Esta es una lección para todos nosotros. El observar a todos estos clérigos, usando diferentes vestiduras, y sin embargo, todos Cristianos; uno al lado del otro, sonriendo, compartiendo, y sin hacer diferencia entre ellos, participando en las oraciones y en las Liturgias, fue, obviamente, un Triunfo para Nuestro Señor. Vivimos, y saboreamos de antemano, lo que un día será la unidad entre los Cristianos, y le damos Gloria a Dios. Antes de los discursos y las presentaciones, todos los clérigos se formaron en línea, para llevar a cabo, una procesión. Fue maravilloso. Algunos estaban sosteniendo íconos, otros, estatuas del Sagrado Corazón, y una Estatua de la Virgen María. De hecho, Nuestra Señora fue sostenida por un pastor Luterano, que estaba muy orgulloso de llevarla. Otros llevaban incienso, otros velas. Los sacerdotes Griego Ortodoxos llevaban, alrededor de sus cuellos, Rosarios que habían intercambiado por sus Cruces y Panayias, con los clérigos Católicos Romanos. Todos caminaban cantando un Himno Bizantino, el Kyrie Eleisson. Los clérigos, de las diferentes Iglesias, dieron pláticas acerca de la unidad. Sus palabras resonaban, como si salieran de una sola voz y una sola mente. Durante sus pláticas, sentimos el gran deseo de que todos seamos uno. Incluso, hubo un momento conmovedor, cuando varios clérigos, de diferentes Iglesias, estaban sobre el podio, y un sacerdote Católico Romano se arrodilló y besó los pies de todos los otros clérigos, pidiendo perdón. Ante este acto espontáneo de humildad, un sacerdote Copto hizo lo mismo, y se inclinó para besar los pies de sus hermanos en Cristo. Observamos la sed de unidad que tienen los laicos y los clérigos. Pero, también, sentimos, al mismo tiempo, las grandes heridas que nuestra división ha causado al Cuerpo Místico de Cristo, y ésta es la razón, por la que nos sentimos tan llenos de alegría y consuelo, al experimentar estos actos sinceros de humildad y reconciliación. Si hubiera sido una reunión oficial, y nosotros fuéramos oficiales de la Iglesia, y tuviéramos el poder y la autoridad, hubiéramos llevado a cabo la unidad, en ese mismo momento, y luego, la declararíamos al mundo. La mayoría de nosotros estamos cansados de esta división, porque no va de acuerdo con nuestra ley de amor. Cristo está aún más cansado de vernos divididos. Los vítores y las aclamaciones de alegría de todas estas naciones, que estaban unidas, pidiendo una unidad completa entre los Cristianos, expusieron, que esta división, no sólo es un pecado, sino también, un crimen. "Y, sin embargo, les digo, que el crimen más grande de todos es mantener las fechas de la Pascua separadas". Qué bueno será cuando todos gritemos juntos: "Christos Anesti", a una sola voz, todos en un sólo día.. Todos decimos: "Que se haga Tu Voluntad, en la Tierra como en el Cielo.....", entonces, ¿qué está reteniendo a los oficiales de la Iglesia, para hacer la Voluntad de Dios y declarar su reconciliación, si, ya los laicos y sacerdotes alrededor del mundo, están viviendo una unidad?. La unidad empezó ayer. La vimos. La vivimos. Nos regocijamos en ella, y la deseamos tanto, como el Espíritu Santo la desea. Jesucristo nos unió a todos por Su Sangre, ¿así que, cómo podemos negar esta unidad?. "Él es la Paz entre nosotros, y ha convertido a los Gentiles y a los Judíos, en uno, y ha roto la barrera que solía separarlos, destruyendo, en su propia persona, la hostilidad ocasionada por las reglas y decretos de la Ley" (Efesios 2, 14-15). ¿Cómo le podemos decir "no" a Dios, si Él quiere que nos unamos?. ¿Podrá ser porque nuestros corazones se han endurecido?. ¿Hemos olvidado las Palabras del Santo Padre, cuando dijo: "Los elementos que nos unen son mucho más grandes que los que nos dividen?". Así que debemos de tomar esos elementos y usarlos para suavizar el camino hacia una unidad total. Las Gracias que recibimos, en esos días, en Tierra Santa, fueron innumerables. Un Archimandrita Griego Ortodoxo, del Patriarcado de Jerusalén, cuando supo que estábamos ahí, nos invitó a todos, los 450 asistentes, a la Iglesia del Santo Sepulcro, y otro día, al Monte Tabor, para estar presentes en las Liturgias, e incluso, para compartir los dones presantificados, si así lo deseábamos, y creíamos en la Sagrada Presencia de Jesús, en la Sagrada Comunión. Hubo tantos momentos de alegría al ver a Ortodoxos, Luteranos, Católicos, Anglicanos, Bautistas, y demás, orando juntos el Rosario, todos cerca, el uno del otro, y no separados, porque, supuestamente, esta oración, sólo es rezada por los Católicos Romanos. Por el contrario, no hicimos ninguna diferencia. La oración del Rosario nos unió a todos, y la exposición del Santísimo Sacramento, para Su Adoración, aún más, ya que frente a Nuestro Señor, nos arrodillamos y sentimos, en esta unidad, que éramos, en efecto, los hijos e hijas del Altísimo, "porque todos estábamos movidos por el Espíritu" (Romanos 8, 14), y como niños pertenecientes a una familia, juntos, lado a lado, éramos uno, y no, uno contra el otro, ya que el espíritu de diferencia, ya no estaba entre nosotros. En estos momentos, notamos "que estábamos viviendo por la Gracia y no por la Ley" (Romanos 6, 14). Nuestros corazones estaban unidos y en la Presencia de Cristo, nos sentimos, verdaderamente, unidos en el espíritu, y en el amor de Dios. En efecto, en esos momentos, teníamos una sola mente y un solo corazón, unidos en el Corazón de Cristo. Más tarde, todos los clérigos dijeron que cuando regresaran a sus casas, continuarían promoviendo esta unidad espiritual y darían testimonio a sus hermanos de lo que ellos vivieron y de lo que habían visto, para que, también, ellos se regocijaran en un sólo Señor. De lo que notamos, durante nuestra peregrinación de unidad en Tierra Santa, fue que sentimos que las oraciones fueron más poderosas que nuestros discursos y diálogos, porque, apenas abríamos nuestras bocas para orar juntos, cuando nuestras oraciones ya estaban siendo escuchadas y respondidas. Así como el Santo Padre invitó a Asís, en octubre de 1986, a los representantes de todas las grandes religiones del mundo, para orar por la paz, uno al lado del otro, así, debemos seguir esta línea y promover muchos más de estos encuentros de diálogo interreligioso, en el futuro. Y, ahora, después de esta introducción, hablaré de mi primer tema que es la metanoia. El Llamado de Dios a una profunda metanoia, fruto de la humildad que nos conduce a la reconciliación y a la unidad Nosotros, la gente de las Iglesias, debemos darnos cuenta de que estamos viviendo en un pecado constante, el pecado de nuestra división. "Todo reino dividido, en sí mismo, corre a la ruina, y ninguna ciudad o casa dividida contra sí misma se sostendrá" (Mateo 12, 25). Incluso, si esta división no viniera, directamente, de nosotros, sino de nuestros antepasados, aún, la mantenemos viva, mientras permanezcamos divididos. No podemos decir que Dios está complacido, cuando los pastores están, todavía, separados. No podemos dignarnos a hablar de unidad, sin atravesar por la metanoia, y poner en práctica los dos más grandes Mandamientos de Dios. Es como si quisiéramos construir una casa, sin colocar primero los cimientos. Los cimientos de la unidad deben ser la humildad, el Amor Divino, y la conversión de nuestros corazones. Por qué ¿cómo podemos creer que podremos alcanzar la unidad, si no nos arrepentimos y vivimos, plenamente, los dos más grandes Mandamientos, que están basados en la Ley del Amor?. Las semillas de la unidad serían, constantemente, sembradas en una tierra árida y estéril, y ninguna hierba brotará, en esa clase de aridez, la cual representa la dureza de nuestro corazón. Tenemos que meditar y preguntarnos a nosotros mismos: "¿estamos, quizás, buscando la unidad, conforme a nuestra propia mente, y es por esto, tal vez, por lo que, aún, estamos separados, o estamos buscándola como el Espíritu de Dios la quiere, pero no estamos de acuerdo con ello?". Es por esto que, con el temor del Señor en la mente, sabiendo que Dios sabe lo que somos en realidad, una verdadera metanoia es el primer y mayor paso que se requiere, para proveernos de la luz necesaria que nos conducirá, a todos, a la unidad espiritual. Esta metanoia, que es necesaria, es un poder colosal, en sí misma, que nos transfigurará y será fructífera. Así que, seamos ricos en pobreza, tal y como el sacerdote, quien cayó de rodillas, llorando y besando los pies de sus hermanos, pertenecientes a otras Iglesias, pidiendo perdón. De esta misma manera, arrepintámonos con humildad. Tenemos que derribar los ladrillos dentro de nuestros corazones, ladrillos de intolerancia, orgullo, falta de perdón, infidelidad, desunión, falta de amor, y reconstruir la Iglesia de Cristo, dentro de nuestros corazones, reconociéndonos, unos a otros, en nuestros corazones, permitiendo a Dios ser más en nosotros, para traernos Su Paz. Tiene que haber una kenosis, dada a Dios, a través de una más profunda metanoia, para que Dios nos llene, pródigamente, con Él Mismo, entonces, seremos "aceptables como una ofrenda, y santificados por el Espíritu Santo (Romanos 15, 16)". Como sabemos, Dios está, incesantemente, dándose a Sí Mismo a nosotros, para mantener nuestra alma viva, pero, después de nuestra metanoia, Dios se manifestará a Sí Mismo, en Poder y Gracia, mientras Él Estará expresando los Deseos de Su Corazón, mostrándonos cómo usar la llave de la unidad. Una metanoia no sólo nos conducirá a una conversión del corazón, sino que se llevará a cabo una total transfiguración, porque la metanoia es la puerta que conduce a las almas de la oscuridad a la luz. Por lo tanto, hasta este día, no podemos decir que estamos caminando en la luz, ya que todavía, estamos divididos y fragmentados. Si no hemos entrado en la luz, ¿cómo vamos a ver la Divina Voluntad de Dios, para progresar en la unidad, y para saber de qué manera Él la desea?. ¿Cómo vamos a conocer nuestro camino y por donde estamos caminando, si estamos, todavía en la oscuridad?. Si no nos apresuramos, esa pequeña llama vacilante que permanece dentro de nosotros, se apagará. Necesitamos apresurarnos, haciendo a un lado todos nuestros prejuicios, y sacar óleo de las reservas de humildad y amor, para reavivar esa llama vacilante, convirtiéndola en una antorcha viviente. . Pero, entonces, cada Iglesia debe estar dispuesta a morir a su ego y a su rigidez, y luego, a través de este acto de humildad, la Presencia de Cristo brillará en ellos. Cada Iglesia tiene que atravesar por un arrepentimiento incesante, y adherirse a Cristo, uniéndose en Su Amor a la humanidad. Con este acto de humildad, los fracasos pasados y presentes de las Iglesias serán lavados y se logrará la unidad. Una vez que bajemos nuestra voz, empezaremos a escuchar la Voz de Cristo. Solamente, cuando inclinemos nuestras cabezas, permitiremos que la Cabeza de Cristo Sea vista, y no la nuestra. Únicamente, cuando nos inclinemos, completamente, Cristo podrá levantarnos para ver Su Gloria. Está escrito: "Humíllense, ante el Señor, y Él los levantará" (Juan 4, 10). Entonces, y sólo entonces, podremos conocer la Divina Voluntad del Señor, porque Él demostrará Su Poder, después de habernos nulificado, y Su Sagrada Presencia fluirá, a través del desierto de nuestra alma, como un Río, sanándonos. Luego, cuando nuestra salud sea restaurada, nuestra alma nos prohibirá volver a caer y absorber el veneno que estamos absorbiendo, en nuestra patética división. Tendremos un sólo deseo, y ese será el estar sedientos por el Líquido Vivificante, que nos da la vida. Es más, este Líquido puro y limpio, no sólo nos sanará, sino que nos desbordará con misericordia y amor. Habiendo, así, dado al Espíritu Santo, un paso libre, en nosotros, Él, fácilmente, nos invadirá abundándonos con Su Luz, y dándonos una metamorfosis total, transfigurándonos en un cielo. El Señor me permitió, una vez, escucharle decir estas Palabras: "Si tú permites a Mi Espíritu Santo invadirte, Él puede transfigurar tu alma de un desierto, a un jardín, donde Yo tomaré Mi Descanso. El Espíritu Santo puede transfigurar tu alma en un palacio, donde Yo seré Rey, y reinaré sobre ti. El Espíritu Santo puede transfigurar tu alma en un Cielo, y desde este Cielo, tú Me glorificarás". Para alcanzar la unidad, debemos atravesar por una transfiguración, y mientras, no hayamos logrado compartir Una Copa, alrededor de un altar, esto demuestra que esta transfiguración no ha tenido lugar, dentro de nosotros, ya que, todavía, vivimos fragmentados. Así que, pasemos por una metanoia, para permitir que esta transfiguración tenga lugar, por medio del Espíritu Santo. Sin esta transfiguración, seremos incapaces de penetrar en las profundidades de Dios, para ver a Dios y entenderlo. Esta visión de la Deidad, indudablemente, atraerá nuestros corazones, en uno sólo. Al experimentar la visión de Dios, nuestra alma, también, se dará cuenta de cuánto ofendíamos a Dios, con nuestra división. Esto será como un acto de purificación o un juicio menor, pero será el principio de nuestra nueva vida, en el Único Cristo. En esta transfiguración, descubriremos que aunque, todavía, estemos entre los hombres, nuestro pensamiento estará en el Cielo, y aunque nuestros cuerpos se muevan entre los hombres, nuestra alma y mente, capturadas en la Divina Voluntad, llenas de la nobleza de la Luz de Dios, será como el caminar de un ángel en las Cortes del Cielo, entre los santos y ángeles, siendo un espíritu con el Divino. Entonces, la oración del "Padre Nuestro" será cumplida, porque Su Reino habrá venido y Su Voluntad se habrá hecho en la Tierra como en el Cielo. De ahí en adelante, todas nuestras acciones serán perfectas y llevadas a cabo sin ninguna falla, ya que serán Divinas y de acuerdo a la Mente de Dios. Hemos aprendido que nuestra mente nunca puede ascender al Cielo, por sí misma, sino que es sólo Dios, Quien nos puede elevar al Cielo descubriendo, con gran deleite, Sus Misterios. Si hubiéramos respondido a la súplica de Cristo de que "Seamos uno", o si hubiéramos respondido, con obediencia, a Su Llamado, hoy estaríamos compartiendo Su Copa, alrededor de un sólo Altar, y estaríamos diciendo: "Ahora, estoy caminando con Dios y reinando con Él." La Iglesia necesita ser consolidada y la unidad es la única esperanza para consolidar a la Iglesia. En el estado en que se encuentra ahora, la Iglesia, en su debilidad, está perdiendo su brillo, al punto de que no puede ponerse de pie y extraer, por sí misma, el aceite y la unción sanadora de la Fuente de Vida, que es el Espíritu Santo. En su temor de perder sus tesoros, pero, principalmente, su identidad, y yo diría, especialmente, nuestra Iglesia Ortodoxa, no sólo pone barreras en sus ventanas, sino que se asegura de que sus puertas, también, estén bien cerradas, sin darse cuenta de que su interior se ha enmohecido. A causa de su temor, impide que la Gracia fluya en ella, la que puede conducirla, sin temor, hacia la unidad y la reconciliación. Quien actúa con temor y se asegura que las ventanas y las puertas estén, cuidadosamente, cerradas y aseguradas, generalmente, tiene temor de que sus objetos de valor le sean robados. Pero, no es sólo la Iglesia Ortodoxa, las otras Iglesias se comportan, también, de esta forma. ¿Por qué tienen miedo y se aíslan a sí mismas?. ¿Por qué algunas todavía aseguran sus puertas?. ¿Acaso Cristo no ha reconciliado a los Gentiles y a los Judíos, y los puso a adorar juntos, a un sólo Cristo?. ¿Acaso Cristo no ha rasgado el velo que separaba a Dios y al hombre, reconciliando a la criatura y al Creador?. ¿Acaso Cristo no ha destruido las puertas del infierno y liberado a los espíritus?. ¿Qué más podría haber hecho Cristo, que no haya hecho ya?. ¿Por qué, entonces, hasta este día, las Iglesias todavía se encierran, y erigen paredes para mantener viva esta división?. Si tan sólo hicieran a un lado sus temores, su rigidez y sus sospechas, hoy, no estaríamos hablando de unidad, porque ya estaríamos celebrando la Sagrada Eucaristía, alrededor de un sólo Altar. Si las Iglesias son capaces de ir más allá de los obstáculos negativos que las separan, obstáculos que, según las Escrituras, van contra el logro de la unidad de fe, amor y adoración entre nosotros, Cristo será Fiel a Su Promesa de conceder un tiempo de paz al mundo entero. Esta paz atraerá a cada ser, dentro del Cuerpo Místico de Cristo, cumpliendo Sus Palabras dadas en Su Oración al Padre, cuando Él dijo: "Que sean uno en Nosotros, como Tú Estás en Mí y Yo Estoy en Ti, para que el mundo crea que fuiste Tú Quien Me envió". (Juan 17, 21). Esta súplica de Cristo, al Padre, para que nos uniéramos, claramente, implicaba que la creación entera será vinculada en una unidad espiritual, y no en una unidad derivada de un tratado firmado. Pero tal unidad espiritual en la que la creación entera será vinculada, no puede llevarse a cabo sin que el Espíritu de Dios concediendo Su Poder, a la humanidad. Por esto, el Espíritu Santo debe edificar nuevos apóstoles que vayan y evangelicen al mundo, atrayendo la fe del mundo entero, a la fe en Cristo. Considerando nuestra división remanente, yo diría que la Iglesia ha mostrado su debilidad, a este respecto. A pesar de nuestra miseria, el Espíritu Santo de Gracia no se detendrá debido a nuestras fallas humanas, ambiciones e incapacidad de reducirnos y reconciliarnos para obtener la unidad. En nuestros días, el Amor de Cristo, a la humanidad, lo induce a inclinarse, desde las alturas, hasta nosotros, con Su Preciosísima Sangre, para cubrir estas imperfecciones. El Espíritu Santo conoce nuestras debilidades y fallas, así que nadie puede decir que el Espíritu Santo dejó de derramar Sus Gracias. Él está ahí, emitiendo un gran sonido, para que al final, aún los sordos que se han encerrado lo escuchen y, finalmente, abran las puertas de sus corazones, y aquéllos que estaban muertos, vuelvan a la vida. Pues de haber dejado de existir, una vez más, volverán a ser. Una de las Gracias que el Espíritu Santo nos está dando, en nuestros tiempos, es nuevos apóstoles, que son preparados por Dios, para emitir de sus labios las Palabras de Dios, siendo eco de ellas. Pero si nuestras mentes y corazones no pueden ser conmovidos, fácilmente, y escucharlos, es, quizás, porque nos hemos vuelto demasiado técnicos y, desafortunadamente, demasiado racionalistas. En este ambiente técnico, la Misericordia de Cristo está afectada, así como la simplicidad de una vida espiritual en Dios. Es por esto, que es importante, que, especialmente, la Iglesia Ortodoxa, pero, también las otras Iglesias, permitan que el Espíritu Santo sople, libremente, dentro de ellos un Aliento de Resurrección. En esta resurrección, se levantarán y se darán cuenta de que evangelizar es una necesidad para reconciliar al mundo, que está tan alejado de Dios. Evangelizar una sociedad descristianizada es, también, un medio para permitir que la gente de todas las razas y credos, regresen a Dios y empiecen a buscar el Rostro de Dios. Cada criatura de la Tierra se puede beneficiar y así, habiéndose rendido a Dios, el Espíritu Santo hará el resto y extirpará todos los obstáculos que impiden el camino, hacia una completa unidad espiritual. Dios nos está pidiendo un cambio desde dentro. Habrá alguien que diga: "Pero, siempre hemos cumplido la Ley de la Iglesia y la hemos obedecido...". No es suficiente el cumplir la Ley de la Iglesia y obedecerla. Nuestra rigidez nos está condenando. Muchas veces hablamos de la Ley, pero no la llevamos en nuestro corazón. El corazón de la Ley es el amor, pero muchas veces vivimos la letra de la Ley, pero descuidamos vivir el corazón de la Ley. A menudo, descuidamos los asuntos más importantes de la Ley, que son el amor, la misericordia y la buena fe. Debemos estar dispuestos a orar más, juntos, porque las oraciones son escuchadas y respondidas, mientras que los diálogos son sólo palabras habladas y fórmulas. Como lo mencioné antes, eso no significa, en forma alguna, que debemos eliminar nuestras conferencias y pláticas. ¿Pero, qué es más importante para nosotros, la letra o el espíritu?. Si decimos que la letra, entonces, trabajaremos como administradores en relación a los asuntos de Dios, y no tendremos justificación, ni lograremos nada, porque es como si le estuviéramos diciendo al Espíritu: "Ya no soy un niño y puedo caminar por mí mismo". De esta manera, la letra mataría al Espíritu, y nos convertiríamos en verdaderos administradores, únicamente manejando papeles, y dejando cada reunión con un corazón vacío. Entonces, ¿qué es más importante, la ley o el Espíritu?. Si decimos que la ley, desde ese momento estaremos juzgando a nuestro hermano, sentado junto a nosotros, perteneciente a otra Iglesia, mientras que él, igualmente, nos estará juzgando, y podremos escuchar, de cada uno de nosotros: "Nosotros estamos en la completa verdad, y nosotros somos quienes estamos en lo correcto". Y, de nuevo, estaremos fragmentando a Cristo, y de nuevo, no lograremos nada. Si empezamos con la doctrina y sus contenidos, ahí, de nuevo, terminaremos, quizás más separados y fragmentados, sin alcanzar nunca lo esencial. No quiero decir con esto que debemos violar la doctrina, ya que la doctrina es la existencia misma de la Iglesia. Pero, si por una vez, le permitimos al Espíritu Santo que nos guíe, en vez de nosotros dirigir al Espíritu, entonces el Espíritu Santo aligerará la letra y la ley, y nos mostrará la verdadera doctrina: que Jesucristo es el único principio activo en nosotros, a pesar de nuestras diferencias en terminología doctrinal. Para este acto de caridad, necesitamos intensa pobreza de espíritu, y un desbordamiento de generosidad. Así que, dejemos que nuestros diálogos doctrinales empiecen con el Espíritu Santo. Que Sea Él, Quien nos conduzca, de nuestra manga, para mostrarnos dentro de nuestro corazón, que la esencia de la doctrina debe de estar basada en el amor, en el sacrificio, en la redención, y en el actuar sin pasión alguna. Nuestro pecado de división Si nos hemos dividido y separado, es a causa de nuestra intolerancia, y nuestro espíritu de orgullo. Hemos alejado la señal distintiva de la fe, la cual es el Amor Divino, tal como Cristo dijo acerca de la virtud del amor: "Por esto, todos los hombres sabrán que son Mis Discípulos, si se aman los unos a los otros". Sin embargo, el Amor de Cristo lo impulsa a mostrar Misericordia Ilimitada en nuestra división, esta división que trajo a nosotros esta aridez y dureza de corazón, devastando la Iglesia y trayendo una apostasía general en el mundo Cristiano. El mundo, ahora, apóstata como es, no tiene lugar para Dios, ya que está ocupado en una especie de autorrealización. El mundo, hoy, se rehúsa a dar Gloria a Dios, y estamos viviendo en un tiempo, en el que cada bien, se convierte en un mal. Los Cristianos están, incesantemente, siendo descristianizados, a causa de nuestra división, ya sea eso, o están, constantemente, cayendo en el error. Miren a su alrededor: una sección de la Iglesia ha sido cegada por su mente racionalista. Mientras busquen auxilio en su propio espíritu, continuarán caminando en la oscuridad. Continuarán proclamando sus leyes, en vez de la Ley de Dios. Tratarán de cambiar la Tradición de la Iglesia, a sus superficialidades humanas y analogías, sin la Verdad que está en Cristo. Debemos orar por aquellos Cristianos que, fácilmente, desafian la Divinidad de Cristo, saqueando la Iglesia, no sólo de sus íconos, estatuas y valores, sino, también, de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Si proclaman a Cristo como Rey, y lleno de Gloria, si afirman Su Poder, proclaman Su Temeroso Poder, cantando alabanzas a Él, reconociendo Su Omnipotencia y Sus Grandes Maravillas, les debemos preguntar, ¿por qué Cristo se convirtió para ellos, en una piedra, en cuanto a la Magnificencia de Su Divinidad, en Su Presencia en la Eucaristía?. A menos que vean Su Divinidad, con ojos espirituales, continuarán siendo como hombres aletargados, que nunca entienden lo que se les dice. El Señor me permitió escucharle decir estas Palabras: "Yo Soy el Sacerdote Supremo de toda Mi Casa, esta Casa que el hombre, cruelmente, ha dividido por su falta de amor. ¿Tengo que continuar viendo Mi Casa dividida y en tal rebelión, y no intervenir?. A Mi Eucaristía se le está dando menos y menos importancia. Que cada raza sepa que Mi Carne y Mi Sangre vienen de Mi Madre. Mi Cuerpo viene de la Santísima Virgen, de sangre pura...." El fingir y hablar por hablar, sin sentir, jamás engañó a Cristo, pero siempre que adoptamos un amor mutuo que conduce a la paz y al entendimiento, Su Espíritu se regocija. ¿Cómo podemos, hoy, esperar que Su Espíritu se regocije cuando las fechas de la Pascua no están unidas, y todavía, no están, oficialmente, unidas, a menos que suceda por coincidencia, como este año?. ¿Cómo puede Su Espíritu regocijarse, cuando los miembros de Su Cuerpo Místico están, todavía, esparcidos como los huesos secos de la visión de Ezequiel?. Estamos audazmente rebelándonos contra Dios y contra todos los Poderes Celestiales. Estamos, intrépidamente, transgrediendo Su Ley de Amor, en frente de Su Trono. Las Escrituras dicen: "Quien sabe lo que es correcto y no lo hace, comete pecado" (Santiago 4, 17). Las Escrituras no mienten y no pueden ser rechazadas. Más aún, ¿cómo esperamos que la Iglesia tenga credibilidad a los ojos del mundo, si ésta predica paz, amor, unidad, hermandad y reconciliación a los países que están masacrando a su gente, ¿cuando, nosotros, al mismo tiempo, en nuestro propio centro, estamos masacrando el Cuerpo de Cristo al arrojarnos, frecuentemente, flechas venenosas, los unos a los otros?. Nosotros, la casa real de Cristo, hemos cambiado nuestra gloria por vergüenza. Dios nos está llamando a todos, invitándonos a ser uno, para que el mundo pueda creer (Juan 17, 21). Así que, solamente cuando la Iglesia sea sanada al unirse y recobre su fuerza, podrá reconciliar el mundo con Dios. Al mismo tiempo, una vez consolidada, podrá derribar todos los poderes oscuros que han ensombrecido al mundo, y el dominio del maligno, que nos mantiene dispersos. El Papel del Espíritu Santo al conducirnos hacia una unidad espiritual Es únicamente, el Espíritu Santo de Gracia, Quien puede hacer progresar a la Iglesia, rápidamente, hacia la unidad, haciéndonos vencer nuestros temores de ir hacia delante. El Espíritu Santo está ahí, para quemar las raíces de todo lo que nos mantiene divididos, y nos retrasa para unirnos. El maligno, por supuesto, está consciente de esto, y continúa provocando levantamientos ahí, donde, normalmente, no debiera de haberlos, obstruyendo, penosamente, la obra de la Iglesia y retrasando la unidad. Es por esto que pienso que es muy importante someternos al Espíritu Santo, y prestar más atención a los carismas que Él Le da a la Iglesia. Debemos dejar de extinguir el Fuego del Espíritu Santo que puede iluminar el interior de la Iglesia. Por lo tanto, es importante que nos dejemos dirigir por la Gracia y no por el temor. Dejemos que el Espíritu Santo sea como una Parusía dentro de la Iglesia. El Cuerpo de Cristo, la Iglesia, como sabemos, siempre aumenta a través del Espíritu Santo, y seguirá creciendo, hasta el último día, porque Cristo es la Roca, el Constructor de la Iglesia, y el Pastor de Su Pueblo. Cristo es el Supremo Sacerdote de toda Su Casa, esta Casa que los hombres, cruelmente, dividieron por su falta de amor. La belleza, la gloria y el fruto que una vez dio, en el principio de su existencia, ha caído ahora como fruta podrida. Si esto está mal, ¿dónde está esa Iglesia Apostólica, ansiosa de dar testimonio del Cristo, colocándose en el altar de los mártires, humillándose en la arena de la vergüenza y del dolor, antes que negar al Cristo?. ¿Dónde está ese fervor de fe de los discípulos, ardiendo en deseos de una evangelización global?. Oh Cristo, ¿cuánto más debe Tu Precioso Cuerpo Ser Taladrado, Lanceado y Fragmentado, antes de que nos demos cuenta de que hemos dividido Tu Cuerpo, como instrumentos del "divisor" mismo?. Lo hemos hecho, involuntaria, e inconscientemente. Ayúdanos a encontrar y preservar ese resto tan sagrado, llamado Tu Iglesia. Ayúdanos a reunirla, nuevamente. Una unidad de la Iglesia determinada a traer Tu Segunda Venida, como una Revelación, global. Aunque sabemos que hay un abismo ontológico entre el Espíritu Santo y nosotros, éste puede ser removido por el Espíritu Santo y Él puede alcanzarnos y mostrarnos, que el verdadero Cristiano es el que es, interiormente, un Cristiano, y la verdadera unidad espiritual es y estará, en el corazón. La Unidad no será de la letra, sino del Espíritu. De hecho, sin importar cuanto esperamos de la Iglesia, sin importar la manera en que vemos sus fallas, pero también, sus triunfos, sin importar la Cruz de unidad que colocamos en sus hombros, al final, sabemos, por experiencia, que esta Cruz será llevada por los puros de corazón. Si vamos a decidirnos ahora, por la unidad, entonces, debemos abrir nuestros corazones y recibir a aquellas almas que tienen dones del Espíritu Santo. Cuando, finalmente, confiemos en los pobres de espíritu, que están dispuestos a cargar la Cruz de la unidad sobre sus hombros, entonces, tendremos un campo, totalmente, abierto, en el cual podemos empezar a sembrar las semillas de una verdadera unidad Cristiana, que convertirá al mundo y lo llenará de fragancia. Las Iglesias deben permitir al Espíritu Santo, Quien es la Fuente Interior de la unidad Cristiana, el renovarlas y perfumarlas, primero. Después, ellos, a su vez, perfumarán nación tras nación, atrayéndolos a ser uno, en la Verdad, perfumando así el Cuerpo Místico de Cristo. Así que las Iglesias, especialmente nuestra Iglesia Ortodoxa, debe tener cuidado de no extinguir el Espíritu, y perseguir la variedad de Dones que Él distribuye, para el bienestar de la Iglesia, sino permitir que Su Llama purifique y vivifique el interior de la Iglesia, para avanzarla a una unidad espiritual. El Espíritu Santo llama a Su Esposa a la unidad, también, y dice: "Ora, para que Yo, la Absoluta Plenitud de Dios, la Expresión de tu espíritu, la Luz en tus ojos, descienda en tu medio, para mostrar al mundo cuán equivocado estaba, para mostrar a las Iglesias la iniquidad de su división, y cómo, aunque ellos dicen, diariamente, que hay Un Solo Dios, una fe, un Bautizmo y un Dios, Quien Es el Padre de todos, por encima de todo, a través de todo y dentro de todo, no tienen caridad los unos con los otros. No podemos decir: "Ustedes han hecho todo para preservar la unidad que Yo les ofrecí, en el principio, cuando todavía eran niños en Mis Brazos". Hoy, ustedes dicen: "Ya no soy un niño y puedo caminar por mi mismo". Y desde entonces, se bajaron de Mis Brazos y acostumbraron sus pasos, a ir por su propio camino.... ¡Oh, hijo del Padre!. ¡Fruto del Hijo!. ¡Mi Ciudad y Mi Esposa!. Tu fragancia te dejó.... ¡Habrá algún sobreviviente en ti, cuando Yo descienda con Fuerza Completa?". (9.11.94 La Verdadera Vida en Dios). Pienso que ya es tiempo de que dejemos de crear nuevos Gethsemaníes, para Nuestro Señor. En vez de esto, coloquemos guirnaldas de amor, en Su Cabeza. Concluiré diciendo que, la unidad vendrá, solamente, cuando todos nosotros, verdaderamente, empecemos a amar a Jesucristo. |